Érase que se era un niño que
acababa de cumplir los ocho años. Siempre estaba jugando con sus compañeros y
compañeras. Practicaba el deporte muy a menudo. Cada día, solía jugar en el
patio del colegio durante la hora del recreo: al escondite, al fútbol, al
baloncesto y a otros muchos juegos.
Cuando llegaba la hora de la comida,
siempre se enfadaba con su mamá porque no quería comer casi nunca. No le gustaban
las legumbres ni las verduras y lo peor de todo es que nunca quería comer
fruta. Se negaba a comer postre y lloraba cuando su madre se la ofrecía. Sólo
quería comer hamburguesas y dulces de todo tipo.
Pasados unos cuantos años empezó a
engordar y no podía jugar como los demás compañeros y compañeras. Se cansaba
enseguida y empezó a aborrecer el deporte. Poco a poco se quedó casi sin amigos
y se puso muy triste. Aquel niño quería cambiar. Pero, ¿qué podía hacer?
Menos mal que su madre lo llevó al
médico y éste le aconsejó que tomara comidas más sanas para así adelgazar un
poco y mejorar su agilidad. Decidió, a partir de entonces, hacer caso a los
consejos de su madre y comenzó a tomar las comidas y alimentos que ella le
ofrecía. Sobre todo, fue de gran ayuda la fruta. ¡Qué bien empezó a sentirse!
En poco tiempo se quedó más delgado y
recuperó las ganas de hacer deporte. Se sintió cada vez más a gusto y con mejor
humor.
Por fin descubrió que para sentirse a
gusto había que alimentarse adecuadamente y que había que abandonar las manías.
¡Qué cambio tan positivo!
Y colorín, colorado este cuento se ha
acabado.
Cuento publicado por la Junta deAndalucía: www.juntadeandalucia.es/averroes/~cepma3/.../CUENTO.doc
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